LAS VENAS ABIERTAS

El fuego tiene una fuerte presencia en la historia boliviana. Desde que en 1875 los opositores a Tomás Frías incendiaron con antorchas la Casa de Gobierno –de allí el nombre Palacio Quemado– hasta estos días en que los autonomistas cruceños quemaron banderas venezolanas y algunos edificios del Estado central. El fuego, disparos, los muertos acompañaron revueltas populares y golpes militares en el último siglo.


Hoy, más allá de un frágil acuerdo de paz firmado en la noche del martes, Bolivia vuelve a estar a las puertas de una guerra civil. Ya hubo muertos –al menos treinta, se calcula–, incendios, toma de edificios, una intervención militar –en el departamento de Pando– y dirigentes detenidos. La gran diferencia con otros momentos de la historia boliviana es que por primera vez al frente del Palacio Quemado hay un indígena –aymara–, en un país donde el 62 por ciento de la población es indígena. Y es a partir de esta rareza histórica que se explica gran parte de esta crisis, que involucra desde Estados Unidos hasta la Argentina y Venezuela.

Ser cruceño. Antes del aterrizaje, desde el avión se pueden ver los campos sembrados con soja –algunos de ellos propiedad de argentinos–, responsables en parte de la bonanza económica de los cruceños. Ya en Santa Cruz, lo que más se ven son las pintadas y carteles contra el presidente Evo Morales, el MAS (Movimiento Al Socialismo), los collas y el venezolano Hugo Chávez. En ese orden.

Santa Cruz de la Sierra es el departamento más extenso (33 por ciento del territorio nacional) y más rico de Bolivia. Dos millones y medio de habitantes con la renta per cápita más alta del país. Por eso es el centro neurálgico de la Media Luna, el grupo de cinco departamentos ricos en un país pobre: Santa Cruz, Beni, Pando, Tarija y Chuquisaca. Sus prefectos (gobernadores) y cívicos (dirigentes, empresarios) se unieron contra el gobierno de Evo en el Consejo Nacional Democrático (Conalde). Todos reclaman su autonomía del poder central.

“No somos golpistas, como nos quieren hacer aparecer, ni buscamos dividir el país. Lo que ocurre es que el poder central nos ahoga, nos oprime y no nos deja manejar nuestros propios recursos. La autonomía que reclamamos no es una división, es algo parecido al sistema federal que ustedes tienen en la Argentina”, explicó a Veintitrés un vocero del prefecto cruceño Rubén Costas.

Es cierto que el sistema político boliviano ha sido históricamente centralista en exceso, por lo que incluso algunos dirigentes del propio MAS están de acuerdo con dar más poder de decisión a los prefectos. Eso es tan cierto como que la nacionalización de los hidrocarburos que proclamó Evo casi triplicó los ingresos de estos departamentos orientales, donde están los principales yacimientos y oleoductos.

Otra certeza: la autonomía proclamada por la Media Luna se asemeja mucho a una independencia. “No digo que Evo no podrá venir nunca más a Santa Cruz. Él podrá venir, pero de paseo, porque aquí no gobernará más”, declaró el prefecto cruceño Costas, el mismo que para referirse al presidente utilizó las palabras macaco, asesino, Hitler, animal, demonio, demente.

Ser aymara. Evo Morales, con su famosa “chompa” de cuello redondo, llegó al poder en enero de 2006 con el 53 por ciento de los votos, algo llamativo en un país donde los presidentes anteriores no superaron el 35 por ciento. Hace poco más de un mes, el 67 por ciento de los bolivianos aprobó su continuidad en un referéndum revocatorio.

En sus primeros seis meses de gobierno, Evo nacionalizó los hidrocarburos y después de más de medio siglo de dependencia de Estados Unidos cortó con las “relaciones carnales”. Su proyecto de reforma constitucional, que incluye un nuevo régimen de posesión de tierras, es rechazado por el Oriente autonomista. Ven una avanzada del altiplano sobre sus riquezas.

Pero todo terminó de estallar por el aire cuando Evo decidió apropiarse de un porcentaje del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH), para destinarlo al pago del llamado Bono Dignidad, una suerte de jubilación para los bolivianos de magros recursos mayores de 60 años. Son 200 pesos bolivianos (menos de cien pesos argentinos), por mes, cuando el salario mínimo es de 570 bolivianos.

Los autonomistas llamaron a la insurrección. Se cortaron rutas –suena conocido, ¿no?–, se bloquearon yacimientos y en las ciudades fueron destruidos y tomados los edificios pertenecientes al Estado central. Fue la guerra. Pero el punto más sangriento se produjo en Pando, donde un grupo de campesinos que apoyaban a Evo fue emboscado y masacrado.

El gobierno culpó al prefecto Leopoldo Fernández e impuso el estado de sitio en la región, tomando por la fuerza el aeropuerto, en manos de los autonomistas.

“Podrán tumbar al indio con un golpe racista, fascista, pero no van a tumbar al pueblo boliviano, hay que defender este proceso de cambio”, proclamó Evo. Y expulsó del país al embajador norteamericano, Philip Goldberg, acusándolo de conspirar con los prefectos para derrocarlo. “No se puede entender que se reúna en secreto con prefectos que después salen a pedir mi renuncia”, explicó Evo. Entre otros, Goldberg tuvo reuniones nocturnas con el prefecto cruceño Costas.

Si hay algo indiscutible en este conflicto es la histórica participación de Estados Unidos en la política interna boliviana. El antecesor de Goldberg, Manuel Rocha, desenmascaradamente hizo campaña en contra de Evo. “Esto va a traer graves consecuencias para Bolivia”, disparó Goldberg antes de volverse a Washington. El estadounidense tiene en su currículum diplomático el haber sido embajador en Kosovo, donde trabajó activamente por el separatismo en esta región de los convulsionados Balcanes.

Pero a Washington no le hace falta tener un embajador para operar en contra de un gobierno. El martes, mientras se negociaba en La Paz el acuerdo de paz, el Departamento de Estado anunció que ponía aviones a disposición de los norteamericanos residentes que quisieran salir con urgencia del país. Al día siguiente, George Bush sumó a Bolivia a la “lista negra” de naciones que fracasaron en la lucha contra el narcotráfico.

La “raza maldita”. Para entenderlo mejor: el rechazo y la discriminación que en algunos lugares de la Argentina reciben los bolivianos, en el Oriente boliviano lo sufren los collas. El conflicto tiene una explicación incompleta si no se incorpora el odio racial.

La Unión Juvenil Cruceñista (UJC), un grupo de choque que responde a la oligarquía cruceña, se ha venido dedicando a “la caza del indio”. En mayo último, cuando Evo estaba por llegar al aeropuerto de Sucre, militantes de la UJC movilizados desde el Oriente persiguieron y capturaron a collas que iban a recibir a su presidente. Los amenazaron con quemarlos vivos y lapidarlos, los obligaron a arrodillarse y a insultar a Evo Morales, quien, por los incidentes, no pudo aterrizar en Sucre.

Toda medida del gobierno central suena peor en la Media Luna cuando en el Palacio Quemado hay un miembro de “la raza maldita”, como algunos la llaman.

Sergio Gualberti es el obispo auxiliar de Santa Cruz y estuvo presente en la firma del acuerdo de paz junto al cardenal Julio Terrazas, como “testigos aceptados por el gobierno”. Y luego habló con Veintitrés: “Esperemos que todo lo que se firmó se cumpla. No es suficiente con el papel, hace falta un cambio de actitud”.

–¿La Iglesia Católica no cree que la presencia de un presidente indígena influyó en el conflicto?

–El presidente ha llegado con un buen apoyo, porque aquí se deseaba un cambio y era necesaria la inclusión de sectores marginados durante mucho tiempo. El tema es cómo. Tiene que haber consenso. No se puede dar la inclusión creando nuevas exclusiones. Puede haber un componente racial, pero el tema de fondo es cómo se quiere implementar el cambio.

La resistencia. La zona llamada Plan Tres Mil es la más humilde de Santa Cruz. En esa barriada gigantesca viven cerca de 250 mil personas. Todos pobres, y casi todos collas. Allí los enfrentamientos siguieron toda la semana, cuando por las noches grupos de la UJC intentaban ingresar al barrio para quemar los puestos del gigantesco mercado, una serie de puestitos apiñados y de lo que vive gran parte de los habitantes del lugar.

Para llegar al lugar primero tuvimos una cita con “El Puma”. El encuentro fue en “una chocita, enfrente del cine abandonado”, en el tercer cordón de la ciudad. El Puma –Eduardo Rodríguez, su nombre– nunca va al centro de la ciudad: dice ser uno de los más buscados por la UJC.

Morocho, de bigotes, con una gorra con la imagen del Che, El Puma se presenta como uno de los líderes de los escuadrones de defensa del barrio. “Yo manejo el Escuadrón Rojo. Para defendernos usamos tácticas guerrilleras, nada de vainas, ni joder con mariconadas”, explica. Se queja porque no tiene armas y el MAS tampoco quiere dárselas. “Con tres ametralladoras nomás y unos cartuchos de dinamita nos arreglamos. Porque ellos siempre vienen armados.”

Por El Puma pudimos entrar sin problemas y hablar con confianza con los jóvenes que todas las noches hacen las guardias en los accesos al Plan Tres Mil. “Nos defendemos con piedras, pero igual no pudieron pasar. Aunque tenemos varios heridos, algunos de bala. Y de esto la prensa no dice nada. Si acá muere alguien, nadie se va a enterar”, cuentan, con bronca.

“Nos odian, es un odio racial. Cuando la UJC va a buscar chicos a la Federación Universitaria les dicen ‘vengan, vanos a matar unos collas’.”

La escena se repite cada día a media hora del centro de Santa Cruz. ¿Cuánto puede durar una tregua?

¿La Paz? Al momento de escribir esta nota aún seguía demorada la reunión entre los prefectos de la Media Luna y el gobierno de Evo para poner en marcha un acuerdo para pacificar el país y abrir el diálogo. La detención del prefecto de Pando, acusándolo de la masacre de campesinos, casi echó por tierra el convenio. Pero en una reunión de urgencia aquí, en Santa Cruz, los prefectos acordaron firmar, levantar los bloqueos y comenzar a discutir la entrega de los edificios federales y los estatutos autonómicos.

Parece un largo camino que recién empieza. Y que puede desbarrancarse en cualquier momento. Mientras escribimos estas líneas, nos avisan que hay versiones de que unos mil campesinos llegan desde el norte para recuperar esta noche por la fuerza los edificios federales tomados. Esto lo vinimos escuchando en los últimos tres días. Habrá que esperar. Por estas horas, y en esta tierra siempre incandescente, cualquier chispa puede reavivar el fuego que, por siglos, moldeó la política de Bolivia. [Revista Veintitrés: Jorge Cicuttin]